Quien es Jesús

Quien es Jesús

“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:13-17).

Introducción

Mucha gente dice conocer a Jesús. Casi todos ya han oído hablar de Él. La cuestión es que su nombre es conocido, mencionado todo el tiempo, en muchos lugares, por casi toda la gente. Sin embargo, cada persona le ve de una manera diferente. Cada persona tiene una idea propia a respecto de Jesús: unos creen que él fue un gran profeta; otros, que fue un gran líder religioso; otros, aún, que fue un filósofo preocupado con las injusticias de este mundo, entre tantas otras opiniones.

En el tiempo en que Jesús vivió y convivió con los hombres, andando con ellos y enseñando, tampoco fue diferente. Los hombres también tenían opiniones divergentes a su respecto. Un buen número poseía incluso buenas opiniones buenas y honrosas, que demostraban el respecto y la admiración que tenían por Jesús. Esas opiniones eran fruto de su entendimiento humano, inclusive como resultado de los milagros que habían visto Jesús hacer.

Sin embargo, ninguna de ellas alcanzo la verdad; la verdad con respecto a Jesús es solo una. Aquellos que no la conocen claudican de una opinión a otra, y todas ellas son resultado de un conocimiento superficial.

Jesús oyó todas esas respuestas e hizo, entonces, la pregunta más importante: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Esta era la pregunta que realmente interesaba porque por el conocimiento de la respuesta correcta viene la Salvación del hombre.

Se observa que Jesús quiere ser conocido por nosotros, por el hombre. Salvación es un asunto personal. Las personas alrededor de nosotros pueden tener varias opiniones con respecto a Jesús, mas la pregunta que nos concierne sigue siendo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Debemos tener en mente que esta pregunta es hecha a todos los hombres, y no solamente a los discípulos de Jesús.
La respuesta de Pedro, aunque corta, fue completa y verdadera: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” Esta respuesta fue una confesión de fe. Conviene evaluar esta afirmación detalladamente y por partes, por tan profunda y rica que es.

El Cristo, el Hijo del Dios Viviente

“El Cristo” – Cristo, palabra de origen griega, significa lo mismo que la palabra de origen hebrea Mesías: “ungido”. Con esta afirmación Pedro confiesa que Jesús era el largamente prometido y esperado Mesías, aquel que ejecutaría la voluntad de Dios y que salvaría el pueblo de sus pecados. Jesús fue el único escogido, ungido con el Espíritu Santo y ordenado por Dios Padre para ser el Mediador entre Dios y los hombres. En I Timoteo 2: 5 está escrito: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.

“El Hijo del Dios Viviente” – Es interesante notar que la opinión de los hombres era de que Jesús era uno de los profetas muertos. Esta afirmación de Pedro, con todo, viene de encuentro a estas afirmaciones, pues él declara su fe en Jesús como el Hijo del Dios viviente, en franca oposición a una unión con los profetas muertos, o con espíritus de muertos, como un fantasma o, aún, en contraste con los Dioses de la época, ídolos mudos, sin vida, hechos por manos de hombres de distintos materiales, como piedra, madera, hierro, plata y oro.

Esta afirmación de Pedro de que Jesús era “el Hijo del Dios Viviente” no puede ser aplicada a ningún mortal. Jesús es, era y siempre será el Hijo del Dios Viviente – igual a Dios en naturaleza – y también la única fuente de vida.

El que conoce a Jesús es feliz

Al oír esa confesión, Jesús dice a Pedro: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Jesús se dirigió así a Simón Pedro recordándole quizás de quien era él por naturaleza, un simple ser humano, Hijo de Padres humanos. Era un hombre y, por si mismo, no podía concluir, con su mente humana, nada digno de valor eterno.

Jesús enfatiza entonces, que no fue la fuente de este entendimiento, la que llevo Pedro a aquella afirmación tan verdadera, sublime y salvadora, no fue “carne ni sangre”, o sea, la capacidad mental, o intuitiva, ni tampoco la tradición o el conocimiento humano. Fue una revelación del Padre que está en los cielos.

El hombre no alcanza el conocimiento de Jesús solo por leer los evangelios, por estudiar teología, o por oír relatos y experiencias de otros. Hay una diferencia grande entre oír hablar de Jesús y penetrar en la profundidad de este conocimiento salvador. Los hombres consideraban a Jesús un profeta, un gran profeta, mas los discípulos recibieron la revelación de Dios Padre sobre Jesús.

Se observa que es posible tener muy buenas ideas con respecto a Jesús mas, aún así, no alcanzar la verdad. Fue el Padre quien capacitó a Pedro a alcanzar la Verdad. Jesús era el Cristo – el Ungido. Este entendimiento no podía ser alcanzado con la mente humana, a través do su propio raciocinio, mismo porque la apariencia exterior de Jesús era contraria a aquella que los judíos esperaban del Mesías.

Sin embargo, en la profecía de Isaías, capítulo 53, estaba profetizado a su respecto: “y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.” Jesús, por tanto, no tenía belleza física, siendo bien diferente, por tanto, de las imágenes y pinturas que hoy pretenden representarlo alrededor del mundo.

Jesús es Dios Con nosotros

Siendo Jesús “el Hijo del Dios viviente”, aquel que tiene vida en si mismo y que es la fuente de toda la vida, y no el espíritu o el fantasma de uno de los profetas, entonces él tiene la misma naturaleza de Dios, siendo, por tanto, el propio Dios. Profecías a su respecto hablaban que el seria Emanuel, que quiere decir Dios con nosotros. (Isaías 7:14): “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.” En Mateus1:23 está escrito: “…He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.”

Jesús, por tanto, es Dios y estaba en la eternidad con Dios, como leemos en Juan 1:1 “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”). Jesús se hizo carne, nació como hombre mas, diferentemente del hombre, el no nació en pecado. Fue un hombre perfecto, completamente lleno del Espíritu Santo y que nunca pecó a lo largo de toda su vida. En otras palabras, El jamás desagrado a Dios. Jesús fue hombre perfecto, santo y siempre en profunda comunión con Dios Padre, de quien recibía toda la revelación necesaria para su ministerio.

Jesús es el Salvador

Se nota que, al principio de este pasaje, Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? ” La palabra “Hijo” denota relación de participación. Ej.: Hijos de la resurrección – (Lucas 20:36) son aquellos que participaran de la resurrección, o que fueron beneficiados de la resurrección de Cristo. Hijos de la luz – aquellos que participan de la luz, cuya identidad es con las obras de la luz. De igual modo, Hijo del hombre designa Jesús como participante de la naturaleza humana, de sus cualidades y debilidades.

La humanidad del Hijo de Dios era real y no ficticia. Él nos es descrito padeciendo hambre, sed, cansancio, dolor y angustia. También fue tentado, humillado, despreciado, rechazado. En fin, estuvo sujeto a todas las debilidades propias de la naturaleza humana, pero sin pecado.
La primera profecía con respecto a Jesús está en Génesis 3:15: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.”

Jesús habría de nacer como hombre, de la semilla de la mujer. Dios, allí en el Jardín del Edén, prometió rescatar al hombre a través de aquel que, nació de mujer, destruiría toda la obra del enemigo – “…ésta te herirá en la cabeza.” Esta profecía atravesó siglos, milenios, hasta que, en Belén de Judea, nació el niño, la semilla de la mujer, cumpliendo la profecía registrada en Génesis.

Jesús vino, por tanto, para aplastar la cabeza de la serpiente y destruir toda la obra del enemigo. Mas para que eso fuese realizado, tenia que morir como un sacrificio expiatorio por los pecados de todos nosotros. El poder del enemigo fue aplastado cuando Jesús, la semilla de la mujer, en el Monte do Calvario dio su vida por nosotros.

Ese hecho no ocurrió sin sufrimiento. Toda la vida del Señor Jesús aquí en la Tierra fue marcada por el sufrimiento, por el desprecio, por as humillaciones y por las persecuciones. Jesús fue burlado, criticado, escarnecido, sus vestidos repartidos, fue herido, enfermó y siguió para el Gólgota, llevando su pesada cruz, allí siendo crucificado, experimentando una muerte de sufrimiento atroz – “…y tú (serpiente) le herirás en el calcañar.”

En el Calvario, cuando fue crucificado, la serpiente hirió el calcañar de Jesús. Mas este resucito victorioso, aplastando, así, la cabeza de la serpiente y toda la obra del enemigo, que causa la condenación del hombre a causa del pecado.

Ali en la cruz estaba Jesús, hecho hombre por amor a nuestras vidas. Allí fue crucificado aquel que descendió de su gloria – gloria que la tenia antes de la creación del mundo – aquel que se hizo hombre y se sujetó a todas las agruras de los seres humanos.

Conclusión

Jesús, habiendo llorado, sabe consolar; habiendo sufrido, sabe aliviar nuestro sufrimiento. Él fue el verdadero hombre perfecto y el Hijo de Dios, que se hizo Hijo de hombre para que los Hijos de los hombres pudiesen ser hechos Hijos de Dios.

“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás…”- Bienaventurado significa “feliz”. Jesús dijo: feliz eres tú, Simón hijo de Jonás. Hay un momento en que el hombre que tiene una experiencia con Jesús alcanza la misma revelación que el Padre concedió a Simón Pedro. Jesús le es revelado no como un profeta, ni como un político, mas como el Salvador, el Cristo, el Hijo del Dios viviente y él, como Pedro, confiesa su fe.

El hombre alcanza esa revelación no como resultado de un raciocinio lógico, como operación de la razón humana, ni por oír hablar o por leer muchos libros con respecto a Jesús, mas como fruto de una experiencia con el propio Jesús. En Romanos 10: 9 e 10 está escrito: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? . Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.”

De igual modo, hoy, todos aquellos que alcanzan por la fe este entendimiento de Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, son bienaventurados, son felices, pues reciben la vida eterna, una vida de eterna felicidad en la presencia de Dios.