Jesús, la Cabeza de la Iglesia

Jesús, la Cabeza de la Iglesia

El Señor Jesús es la Cabeza de la Iglesia (Ef. 5:23), que es Su Cuerpo. La Iglesia debe vivir, practicar esa doctrina, buscando el consejo del Señor, pedir sus orientaciones, consultando al Señor todo lo que sea importante para la realización de la Obra de Dios y renunciando a propósitos humanos. Es voluntad del Señor que Sus siervos y Su Iglesia conozcan Su propósito para la edificación de la Iglesia. La misión del Espíritu Santo es revelar ese propósito.

En las Escrituras se encuentran bellísimos ejemplos de siervos dependientes del Señor, que no hacían nada sin una orientación precisa del Señor. El Señor se agradó profundamente de esos siervos, dando testimonio de ese agrado. Con respecto a David, que en todo consultaba al Señor, dijo Dios: “Halle a David, hombre según mi corazón, que hará ¡toda mi voluntad!

Moisés fue otro ejemplo de siervo que no tomaba ninguna decisión importante sin antes consultar al Señor. Con respecto a el, dio testimonio el Señor: “Con Moisés, mi siervo, yo hablo cara a cara”. Ningún otro profeta alcanzo tal nivel de comunión con el Señor.

En el Nuevo Testamento, para permitir que el Señor Jesús gobernase la Iglesia, Dios decidió bautizar con El Espíritu Santo sus siervos – jóvenes, adultos, ancianos – en los últimos tiempos. Como consecuencia de ese bautismo, sus siervos tendrían visiones, sueños y profecías (Joel 2:28). Extrañamente, no hay mención de las lenguas o sanidades en esa profecia fundamental que fue mencionada por el apóstol Pedro en su primer mensaje (Hch. 2). Sí se mencionan aquellos dones que permiten al Señor comunicarse con Su Iglesia, revelando, así, Su voluntad.

Sin embargo, los dones mencionados por Joel han pasado a un plano secundario en el siglo XX y las iglesias cristianas han pasado a valorar más el don de hablar en lenguas y de sanidad. Además, se verifico que la profecía, las visiones y los sueños pasaron a referirse a las necesidades personales de los creyentes, e no a transmitir orientaciones del Señor tocante al funcionamiento y necesidad de la Iglesia.

En la era apostólica, sin embargo, los dones también eran usados para revelar la voluntad de Dios concerniente a Su Obra. Tenemos ejemplos de eso en los dones espirituales a través de los cuales el Señor reveló a Cornelio que tenía que llamar Pedro a su casa (Hch. 10:3-6), orientó Felipe a predicar al eunuco etíope (Hch. 8:26, 29), reveló el pecado oculto de Ananias y Safira (Hch 5:1-4), oriento Ananías a visitar a Pablo y a orar por el (Hch 9:10-16), reveló a Pedro para no dudar, sino predicar el Evangelio a los gentiles en casa del centurión (Hch 10:9-16 y 19-20), reveló a Pablo que no debería predicar el Evangelio en Asia ni en Bitinia, pero si en Macedonia (Hechos 16:6-10), reveló a la Iglesia que partes del Antiguo Testamento deberían ser observadas por los gentiles que se convertían (Hechos 15:28,29), Pablo fue orientado a subir a Jerusalén para someter su enseñanza a los apóstolos (Gál. 2:1-2), el Señor revelo que habia había elegido Timoteo para el ministerio de la Palabra (II Tim 4:14), etc.

Si la Iglesia actualmente desea tener experiencias semejantes a las de la época de los apóstoles, necesita comprender que el Señor Jesús debe de ser en la práctica – y no apenas en la doctrina – la Cabeza de la Iglesia. En la Palabra de Dios escrita tenemos la doctrina y las orientaciones generales para la edificación de la Iglesia. Pero por medio de los dones espirituales, el Señor enseña Su Iglesia las aplicaciones específicas de la doctrina y las orientaciones que se aplican a una Iglesia en particular con consejos prácticos para los pastores y para la vida diaria de la Iglesia. Es, por lo tanto, a través de los dones espirituales que el Señor Jesús revela los detalles de Su proyecto de edificación de la Iglesia. Bajo la supervisión de los pastores, las instrucciones específicas transmitidas a través de los dones espirituales son probadas (I Tes. 5:10-21) y los dones son aplicados con sabiduría (I Cor 14:20, 40).