Gloria Solamente a Dios

Gloria Solamente a Dios

“Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.” (Apo. 5.13) 

En la Obra que Dios realiza con el objetivo de edificar la Iglesia habrá siempre una característica relevante: toda actividad procura la gloria de Dios y, en particular, resulta en la exaltación del nombre del Señor Jesucristo.  

“A otro no daré mi gloria” (Isa. 42.8), afirma el Señor en Su Palabra. Las Sagradas Escrituras enseñan que a Dios Padre le agrada ver al Dios Hijo exaltado. Por esa razón, El Espíritu Santo fue enviado para glorificar al Hijo (Juan 16:14) y el Padre dio a Jesús “un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. Dios es, por tanto, glorificado cuando la Iglesia se somete al Señorío de Jesucristo.

Los apóstoles entendieron bien la importancia de ese tema, ya que jamás aceptaron la gloria de los hombres. Pedro y Juan en el Templo, por ocasión de la curación de un cojo de nacimiento, se dirigieron a la multitud de los que quedaron maravillados con el milagro e indagaron: “… ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” Y explicaron de inmediato: ” El Dios de Abraham… ha glorificado a su Hijo Jesús… y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros. ” (Hch. 3:13 e 16).

Esa debe ser la actitud de los siervos de Dios. Ellos no pueden ni deben anunciar su propio nombre, ni aceptar la divulgación de sus nombres como grandes personajes de la fe. Deben, antes, señalar a Jesús (“He aquí el Cordero de Dios”), demostrando en su comportamiento la misma actitud interior de Juan Batista: ” Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. ” (Jn. 3.30). El Señor no permite, en Su Obra, la proclamación de nombres de “grandes siervos de Dios” – sean predicadores, profetas, cantores o músicos – pues, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos ” (Lc. 17.10).

Una doctrina bíblica que, practicada, contribuye para evitar la exaltación del hombre es la de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. En el Cuerpo, aunque haya muchos miembros, como cada uno de ellos tiene una función útil para la edificación del Cuerpo, el Señor usa todos los miembros. Por esa razón, si un miembro es muy usado por el Señor, el no se sobresale, pues los demás miembros son también muy usados por el Señor.

Entre los pastores de la Iglesia, ocurre lo mismo. Como todos los pastores son ungidos con El Espíritu Santo y, por eso, son todos usados por el Señor – sea en la predicación y en el apacentamiento, sea en la operación de sanidades y señales – y como el Señor da prosperidad a todas las iglesias locales – y no apenas a la iglesia de un determinado pastor súper dotado – no hay fundamento para que pastor alguno se exalte o sea exaltado.

Otra razón para la no-exaltación de los pastores muy usados es que la Palabra de Dios enseña que todos necesitan de los demás miembros del Cuerpo, pues ningún pastor posee todos los ministerios (apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro). Ese hecho bíblico obliga a todos los pastores a vivir en comunión unos con otros, pues en la comunión, sus iglesias serán beneficiadas por los demás ministerios. Los pastores saben que la edificación de la Iglesia se da en primer lugar a través de la operación de esos cinco ministerios (Ef. 4.11 e 12).

El Apóstol Pablo advierte sobre ese asunto, al afirmar que no tenga “más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura…,”. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo…” (Romanos 12:3-8).

Los pastores también saben, que el envanecimiento- incluso el envanecimiento de ser muy usados por el Señor – es letal para la vida espiritual. En la Obra del Espíritu Santo no hay lugar para “grandes siervos de Dios envanecidos”. Solo hay lugar para “siervos inútiles”. Aún más: un pastor envanecido es un pastor caído.

Por último, cabe tener presente el peligro que representa la exaltación de un siervo de Dios. Cuanto más un siervo se pone en evidencia – indebidamente aceptando la gloria que pertenece solamente a Dios – más el se expone como blanco preferencial a los ataques del Adversario, inclusive con la tentación de vanagloriarse. Conviene, por tanto, no olvidar jamás ese principio básico de la Obra de Dios: ¡Soli Deo gloria! (Gloria Solamente a Dios).